PÓQUER, FÚTBOL: POLÍTICA.

La política es una serie de Neflix. Pero también una partida de póquer con jugadores valientes como Iglesias, prudentes como Ayuso, ingenuos como Arrimadas, temerarios como Borràs. A la ciudadanía solo se le concede una posibilidad: apostar por por unos o por otros. El lenguaje periodístico de los últimos 25 años ha impuesto el verbo apostar en sustitución de elegir, proponer o decidir. La naturalización del verbo apostar no es casual: responde a una visión de la vida social que ha sustituido al razonamiento, el juicio y la paciente evaluación de los pros y los contras , por la emoción del juego y el azar.

Sé que el póquer puede ser tan cerebral como el ajedrez, pero la entronización de la apuesta en las  sociedades posmodernas no responde a la voluntad de análisis sino a la emoción del juego. En sociedades en las  que todo el mundo se sentía protegido por el Estado y los seguros, la cultura del riesgo compensaba con descargas de adrenalina una vida saludable y previsible. Se pusieron de moda los deportes que tientan la suerte: el wuingsuit de los hombres pájaro, el salto al vacío del puenting, correr por barrancos y acantilados. Ante un error médico , un edificio hundido o una crisis bancaria, se exigía responsabilidad absoluta al Estado, pero al mismo tiempo se tentaba la suerte con experiencias de exceso: drogadicción, obsesión gastronómica, pansexualismo. A 180 por la autopista. La pandemia ha entrado como un elefante en una sociedad de cristal que exigía seguridad total pero anhelaba emoción y riesgo. El Estado ha mostrado sus límites a la hora de protegernos , el virus ha provocado una crisis económica descomunal y parece que el instinto de supervivencia nos invita a ser prudentes. El virus nos ofrece riesgo a mansalva, ya no necesitamos buscarlo por diversión.

Puesto que en la sociedad del bienestar es difícil distinguir entre derechas e izquierdas, se generalizó la política identitaria, como demuestran la derecha española ( CS, VOX y buena parte del PP ) y los partidos del procés. Podemos y la CUP han aportado una coalición de nuevas identidades: feminismo, ecologismo, transexualismo, juventismo. El culto a la identidad favoreció la futbolización de la política. El futbol puede ser un deporte plástico; pero suscita esencialmente alegría en las victorias y desolación en las derrotas. Lo que hemos conocido en Catalunya en los últimos años y lo que estos días se despliega como un gran aliciente en Madrid es la política reducida a competición de camisetas identitarias, a confrontación de jugadores astutos o patanes capaces de marcar o recibir un gol cuando nadie lo espera. Política reducida ya casi a meras repetición de las elecciones, puesto que solo la competición, y no la tediosa gobernación, apasiona a los votantes transformados en hooligans. Política como una partida de póquer en la que, en plena catástrofe sanitaria y económica, los líderes se juegan no sólo su futuro personal, sino la economía y la estabilidad del país entero. 

Muchas gracias a Antoni Puigverd.

John Starling.

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